«Que quede constancia de que a ciegas escribo con las alas desplegadas.

Que sepan quienes a leer aprendieron que a mis miedos pudieron mis locuras.

Que quede escrito que no persigo alturas, si no aprender mi vuelo y volver a casa.

Que quede a quien pudiera interesarle esta palabra del poeta y de su boca.

Que lo que pido es poco: un céfiro en calma y el pecho de mi amor acantilado,

para anidar en paz bajo sus nubes, sus tormentas, sus suspiros y sus aguas.»

(Juan García Larrondo, «Ecbatana», 1998)